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sábado, 27 de julio de 2013

La hormona que nos adelgaza durante el sueño nocturno, HGH

La luz del sol que dirige nuestros ritmos hormonales determina que al caer la noche se eleve la hormona que utiliza nuestra grasa de reserva como combustible.

Esta hormona, la HGH, también denominada hormona de crecimiento, se eleva al anochecer y alcanza su máxima  secreción a la medianoche. Además de estimular el crecimiento en los niños, esta hormona moviliza nuestros depósitos de grasa durante el sueño nocturno.

La HGH es la responsable de que al amanecer pesemos alrededor de un kilo menos que la noche anterior.
Al anochecer se inicia el ascenso de la HGH, la hormona que utiliza la grasa de reserva. Así tenemos que nuestro peso se eleva durante el día, mientras que adelgazamos durante la noche y aunque se haga ejercicios, camine o trote, ocurrirá lo mismo.



Si no duerme, no adelgaza   La HGH asciende en la oscuridad de la noche pero al quedarnos dormidos es cuando su pico se hace realmente significativo. La máxima elevación de esta hormona ocurre en las primeras dos horas del sueño nocturno; así que entre la medianoche y una de la madrugada ocurre su nivel máximo de secreción.


En esos momentos es cuando más se estimula la movilización de la grasa de reserva y se promueve el adelgazamiento nocturno.

La HGH se eleva menos en los que se acuestan después de la medianoche y por eso adelgazan menos. Mientras que en los que no duermen, ya sea por que sufren de insomnio o porque tienen un trabajo nocturno, la HGH no muestra ninguna elevación y al menos esa noche no adelgazaran nada.

Por estas razones, los noctámbulos suelen ser más gordos, así como también los que desarrollan actividades hasta altas horas de la noche. Día tras día van aumentando de peso, pues no pierden en la noche lo que
engordan durante el día.
HGH



También facilita las defensas: La hormona HGH, además de movilizar las grasas, también activa el sistema inmunológico promoviendo que los glóbulos blancos ataquen a las bacterias y a las células malignas con lo que facilita la formación de anticuerpos. En otras palabras, la elevación nocturna de la HGH potencia la defensa contra el cáncer y las infecciones.




Las harinas frenan el adelgazamiento nocturno: El diseño hormonal que incita la movilización de la grasa del abdomen y de las piernas durante el sueño se podría alterar al ingerir azucares o carbohidratos en la cena. Las harinas en las horas nocturnas frenan la acción de la HGH y se oponen a la movilización de la grasa.


Adicionalmente, las galletas, panes, cereales, arepas, etc., ingeridas en la noche, son convertidas más en grasa que en energía pues al atardecer la insulina es poco eficiente y en vez de conducir el azúcar proveniente de las harinas hacia los músculos, lo lleva hacia el tejido adiposo.
Al comer carbohidratos en la noche, no solo perdemos el adelgazamiento nocturno sino que hasta podemos subir de peso.

Por otra parte, los exagerados picos de insulina que inducen una cena con azucares o harinas, son además responsables del aumento de los triglicéridos  y de la presión arterial en la madrugada siguiente.
Si los que tienen la presión arterial elevada consumen carbohidratos nocturnos, frecuentemente se despiertan con los ojos enrojecidos, viendo estrellitas, con zumbidos en los oídos, malestar en la nuca y otros síntomas indicativos de un incremento de la presión arterial.

                                                                                                                                                                                                                   

El control de la química adictiva

La adicción por las harinas es la principal causa de la obesidad. Por ello la dieta debe enfocarse hacia el control de esa adicción

La dieta debe controlar la atracción por los dulces y harinas

Se piensa que las oscilaciones anormales de la serotonina cerebral son la esencia de la adicción y la causa fundamental que conduce a un individuo hacia la obesidad.

En este contexto, resulta completamente ilusorio pensar que un obeso pueda cumplir a largo plazo una dieta de pocas calorías que no controle las fuerzas adictivas y menos aún que con ella pueda solucionar, en un lapso prolongado, un problema tan completo.

El obeso, sin lugar a dudas, es un adicto. Explicarle que debe comer menos, no resulta; de hecho el obeso no come porque quiere, sino porque las fuerzas adictivas lo dominan. Si esta adicción no se controla, el paciente no cumplirá la dieta pues las fuerzas adictivas tarde o temprano lo empujaran a comer dulces y harinas.

Las dietas restrictivas, no contemplan el consumo de dulces ni chocolates ni otros alimentos necesarios  para mantener la serotonina elevada y controlar la adicción. Por estas razones, la dieta para el obeso tiene que estar dirigida hacia el control de la adicción y de las fuerzas que lo empujan a comer.

Similar al tratamiento de un alcohólico

Al igual que en el alcohólico, el objetivo del tratamiento no es explicarle que el licor es malo pues él ya lo sabe; sin embargo, cuando ve una cerveza, no resiste y se lo toma. El tratamiento en este caso debe lograr que el licor no le provoque.

Igualmente, la dieta tiene que lograr que al atardecer cuando el obeso observe una harina, un pan o un chocolate no sienta ninguna atracción ni deseo de comerlas. Que mire estos alimentos con indiferencia, como si fueran de plástico. Solo así podemos esperar buenos resultados a largo plazo.

El control de la adicción      

Se ha comprobado que la tristeza, la angustia y el desenfrenado deseo de comer harinas o dulces que ocurre al atardecer, se controla cuando ingerimos carbohidratos o dulces en la mañana. Este efecto se produce debido a que el consumo matutino de carbohidratos, y especialmente de chocolates, mantiene elevados los niveles de serotonina durante todo el día.
ritmos circadianos

Si se evita su descenso vespertino se aminoraran los impulsos hacia las harinas.
Por otra parte los efectos antidepresivos, de alegría y sedación que ocurren cuando comemos dulcitos o pan en las tardes, no suceden en la mañana. Simplemente sentimos que hemos ingerido una harina o un dulce; sin toda esa connotación y sin el vínculo antidepresivo que tienen las harinas cuando son ingeridas al atardecer. 

Además los dulces en las mañanas, se perciben como menos sabrosos que en las tardes.
Todo esto cambia nuestro diagrama mental sobre los dulcitos, pues al atardecer ya no los miramos con tanto anhelo, ya no los recordamos como algo muy sabroso, ni los vinculamos con ningún efecto sedante ni antidepresivos. Vemos los dulces con indiferencia y nos hacemos cada vez << menos dulceros >>.

Recuerde que nadie come chocolates ni dulcitos porque decidió engordar, sino porque una fuerza adictiva lo induce a este comportamiento; por ello, el control de esa adicción debe ser el principal objetivo de la dieta.

El control de la adicción garantiza que será delgado en forma permanente     

La adicción es la principal razón por la cual una persona ingiere en la noche alimentos que lo engordan. Si la adicción continua, tarde o temprano no aguantara, se comerá las galletas y engordara otra vez. El solo hecho de sentir deseos de comer una galleta al atardecer es una alerta indicativo de que la dieta no cumple con su principal objetivo: el control de la adicción.

No importa que tan rápido haya perdido los kilos, ni cuanto adelgazo, el que continúe con el deseo de comer harinas al anochecer sugiere que la adicción a los carbohidratos no ha sido erradicada y anuncia que nuevamente será gordo.

Nunca menosprecie la adicción hacia los carbohidratos       

Esta adicción ha llevado a muchas personas a ser extremadamente obesas, poniendo en grave riesgo su salud y su vida.

Tenga la certeza de que ninguno de ellos engordo a propósito, que no se comían un pan en la noche diciendo << que bueno, voy a comerlo porque quiero ser gordo >>.

Los que ingieren harinas de noche lo hacen empujados por fuerzas adictivas, aun sabiendo que con esto están arriesgando su vida. Únicamente aquella dieta que controle la adicción hacia las harinas nos asegura que nunca más retornara a la obesidad.      


La gordura en la infancia


No cabe duda que en los niños, la gordura suele establecerse a veces hereditariamente. Ya hablamos sobre ello. Muchos bebes nacidos normales, sin peso excesivo, suelen estar obesos al llegar a la edad escolar. Según los médicos, aun 60 por 100 de los casos de la obesidad es la llamada “gordura de la infancia”, aunque en muchas ocasiones esa expresión oculta un raquitismo, un hipotiroidismo, una distrofia adiposo-genital u otra enfermedad.

Algunos autores, como Freud y Bruch, dan gran importancia al ambiente familiar. Desde hace años se ha comprobado que los niños obesos son grandes comedores, y ello debería ser debido a algunas razones profundas. Bruch no descarta los factores orgánicos de la obesidad; pero como, en conjunto, le decepcionan, los abandona y queda con un fenómeno real y evidente: la sobrealimentación.

Haciendo un interrogatorio sicológico a los padres de los niños obesos, encuentra una serie de resultados tan uniformes que la orienta a una inadaptación social y un sentimiento de inseguridad. Este desequilibrio explica su comportamiento con respecto a la alimentación. La alimentación es la única satisfacción que permite la fijación de un estado moral, de un desarrollo afectivo. Es la sobrealimentación un descanso a la ansiedad y una justificación ante la vida. De esta manera vencen las frustraciones de su aislamiento social y la carencia afectiva.

El comportamiento de los padres es  muy importante. La pasividad y despreocupación del padre contrasta con el lugar predominante de la madre en la familia, y muchas veces la sobre posición materna no es más que una tentativa para enmascarar una hostilidad subyacente y compensar una carencia afectiva.
“Este clima crea un estado de tensión afectiva en el niño, y al estimularse el hipotálamo surge la hiperfagia, es decir, las ganas excesivas de comer.”

Es preciso que los padres aprendan a conocer el valor de los alimentos y ayuden a su hijo a establecer nuevas normas (en algunos casos empezando por observarles ellos mismos) que le ayuden a comer con lógica. Son muchos los niños que no saben lo que es la verdura, el pescado o la fruta fresca, y solo comen tocino, huevos, carne, féculas  y, sobre todo, muchos dulces y pan. Así es fácil engordar rápidamente, aun a expensas del buen funcionamiento del hígado o de los riñones.

Muy importante es el ejercicio; es curioso observar como estos niños obesos suelen reducir peso en verano (época de deportes) y vuelven a recuperarlo en las épocas frías.

Aconsejamos que se corrija la obesidad infantil y que y que se haga un estudio de su gordura, por si pudiera tratarse de una verdadera enfermedad, antes de que llegue la edad puberal, pues en esa época puede ya establecerse de forma permanente, no olvidándonos, además de que el niño, después de los catorce años, pasa ya a ser considerado como adulto en cuanto a tratamiento médico se refiere.          

viernes, 26 de julio de 2013

Obesidad adquirida

En este apartado podemos citar la gordura localizada que se implanta en los muslos, senos y pelvis de la mujer. Obesidad de la mujer casada, principalmente.

Existen causas psicológicas y ambientales, de obesidad, local o generalizada, tales como: “Quedarse viudo” o viuda; desavenencias conyugales (infidelidad, celos); quererse meter monja; disgustos familiares de orden económico; impotencia sexual; disgustos con los padres por causa del novio; separación matrimonial; enfados del noviazgo, esposo que huye del hogar con otra mujer; sospecha de hijos ilegítimos del marido; un aborto por no querer tener un hijos; etc., etc.”

Otras causas pueden ser la pubertad, el embarazo, las operaciones con extracción de la matriz y ovarios, la menopausia, las alteraciones menstruales, la lactancia.

Una pena profunda, simples inquietudes o insomnios, provocan gorduras catastróficas. El más extraño de estos casos, fue señalado por un médico especialista de los hospitales de París, que tuvo ocasión de examinar a un joven de 27 años que empezó a engordar en circunstancias dramáticas. Sin saber apenas conducir, chocó contra un árbol con el coche de su tío, que había sacado subrepticiamente del garaje.

Lleno de terror, abandono los restos del auto en la carretera y se refugió en un albergue, donde permaneció durante cuatro días oculto, al cabo de los cuales vio con estupor que sus ropas se habían quedado estrechas y que era imposible abrocharse el pantalón. Seis semanas más tarde, había aumentado de peso extraordinariamente, y no cesaba de engordar.

Parece, pues, que independientemente de los alimentos consumidos con moderación o exceso, nuestro organismo sigue a veces su propio “capricho”, por decirlo de algún modo.
“A pesar del régimen, mi cuerpo hace lo que quiere”, se quejan muchos.

Conviene, sin embargo, recordar ante todo que los estudios más modernos han demostrado que una restricción alimenticia severa siempre, hace perder peso a un obeso, como a todo individuo, delgado o grueso, cualesquiera que sea la causa y el mecanismo de su gordura. ¿Quiere esto decir que la obesidad está ligada exclusivamente a un desequilibrio matemático, a un balance entre las entradas alimenticias y las consumiciones de calorías? Si fuese así la sobrealimentación y la vida sedentaria serian las únicas responsables de la obesidad.

Hay en esta concepción una buena parte de verdad, pues en periodos de escasez, los gorditos y los obesos disminuyen de peso en gran mayoría, pero en número de kilos extremadamente variables, según los individuos.

Todas las estadísticas así lo corroboran. Inversamente, una sobrealimentación forzada y bien asimilada nos hace engordar. Sin embargo, no todos somos iguales ante la obesidad. En condiciones de vida normales, un obeso tiene su peso, que no puede sobrepasar; cada delgado tiene también su cifra límite.

La secuencia de la adicción

La secuencia de la adicción se observa claramente en la historia de Rosa, quien desde la infancia ha padecido graves problemas de obesidad. Ella casi nunca desayunaba, pues no sentía hambre al despertar; incluso cuando veía a otros desayunando experimentaba rechazo y nauseas.

Tanta era su aversión por el desayuno que asistía al trabajo en ayunas. Al mediodía tampoco tenía muchos deseos de comer  y almorzaba cualquier cosa; pero al atardecer, cerca de las cuatro, todo cambiaba; percibía un gran desasosiego, una mezcla de tristeza con ansiedad, y un gran deseo de comer dulces, pancitos, galletas y chocolates.

Este impulso de carácter adictivo, que todas las tardes dominaba a Rosa, era más fuerte que su deseo de adelgazar. Las harinas y golosinas le parecían deliciosas, sentía placer y sosiego con solo probarlas, decía que al ingerir un dulcito <<le devolvía el alma y la alegría>>. Momentos después de comer las golosinas, la calma y la felicidad se veían interrumpidas por sentimientos de culpa.

Rosa no podía entender porque había ingerido alimentos que la engordaban. Se preguntaba: << ¿si tanto quiero adelgazar, entonces?... ¿porque todas las tardes caigo en la tentación? ¿porque he incurrido en ese error?>>.

Al amanecer del día siguiente aborrecía la comida de nuevo. Ayunaba y se prometía a sí misma: <<si esta tarde veo un pancito o un chocolate, estoy segura de que no lo voy a tocar>>.

Pero en las tardes todas las promesas se desvanecían, pues apenas veía un chocolate se lo llevaba a la boca; y aunque por unos instantes sentía placer, enseguida la invadía la culpa y lo que es peor cada día estaba más gorda.

Está claro que Rosa se encontraba dentro de una secuencia adictiva que la obligaba a ingerir carbohidratos al atardecer y que esta adicción era la responsable de su obesidad.

Interrumpía sus dietas de forma brusca pocas semanas después de iniciarlas, comiendo desaforadamente dulces y galletitas. Cuando se veía obesa nuevamente, iniciaba otra dieta, pero también la abandonaba comiendo harinas en forma intempestiva. Rosa siempre tuvo la sospecha de que las dietas exacerbaban su adicción por los dulces.

1. Aversión por el desayuno

En los obesos los elevados niveles matutinos de serotonina promueven un rechazo hacia el desayuno.

Al despertar sienten nauseas, asco y repulsión por los alimentos. Esta repulsión matutina explica porque muchos obesos deciden a esa hora que no comerán durante todo el día.

No se imaginan que a las cuatro de la tarde las cosas pueden cambiar.

2. Tristeza y adicción al atardecer

En los obesos la serotonina  sufre un marcado descenso al atardecer.

Aparece una sensación de tristeza, depresión y ansiedad, junto con un intenso e irrefrenable deseo de comer harinas y dulces.

En este momento, el solo ver un dulce o un chocolate les produce una atracción tan intensa que los obliga a comer, aun en contra de su deseo de adelgazar.

3.- Placer  

Una vez que ingieren el dulcito, la serotonina cerebral asciende de inmediato, entonces sienten placer, la angustia desaparece, la tristeza se torna en alegría, tranquilidad y sosiego. No en vano algunos llaman a la serotonina <<la llave del paraíso>>.

4. Culpa 

Pero no todo es placer… pues una vez que la serotonina ha alcanzado altos niveles en el cerebro, las fuerzas adictivas desaparecen y entonces comienzan las preguntas sin respuesta: <<porque me lleve a la boca el dulce?>> pero lamentablemente para entonces ya es demasiado tarde.

5. Al día siguiente

Al despertar, la serotonina esta elevada otra vez y entonces afirman: <<Esta noche, si veo un pan, un dulce o un chocolate, seguro que no lo voy a comer>>.

Pero una cosa es lo que dicen en la mañana, cuando la serotonina se encuentra elevada, y otra cosa muy diferente ocurre al atardecer, cuando los niveles de serotonina descienden.

La adicción se exacerba con la dieta  

La adicción se agrava cuando los obesos inician una dieta de pocas calorías, que usualmente también es baja en carbohidratos.

Tal y como ocurría con Rosa que cuando iniciaba una dieta, las fuerzas que la obligaban a comer dulces y golosinas al atardecer se hacían cada vez mas fuertes e irresistibles ; una dieta escasa en harinas y dulces acentúa el descenso de la serotonina, dilatando la adicción y el deseo de comer harinas y dulces.

Cuando hacia una dieta escasa en carbohidratos, el deseo de comer harinas, chocolates o dulces se intensificaba y era difícil de controlar; tanto que aun sin ver las harinas ni los dulces, salía en su búsqueda y rompía abruptamente la dieta comiendo en forma compulsiva todo lo que le prohibían.


Los resultados de las dietas restringidas en carbohidratos son desalentadores pues al final, como ocurrió con Rosa, todos dejan la dieta, recuperan su peso y terminan más adictos y con un sobrepeso mayor que antes de la dieta.

jueves, 25 de julio de 2013

Los peligros de la obesidad

La obesidad da lugar a una disminución de la esperanza de vida. Las personas obesas corren mayor riesgo de sufrir accidentes cardiovasculares. A partir de un cierto grado, la obesidad también produce una insuficiencia respiratoria: ello aumenta el riesgo de accidentes durante las intervenciones que requieren anestesia y predispone a la aparición de pausas respiratorias durante el sueño (apnea del sueño).

El riesgo de sufrir cáncer también parece mayor en los obesos. Finalmente, la obesidad aumenta la frecuencia de cálculos biliares (sobre todo en las mujeres) y agrava la artrosis de rodilla y de cadera.

Cerebro de gordo

Los ritmos circadianos u oscilaciones diarias de la serotonina son mas bruscas en los gordos que en las personas delgadas, lo que modula los impulsos adictivos hacia los alimentos y en especial hacia los carbohidratos.
Al amanecer tienen unos niveles de serotonina muy elevados, lo cual les origina el gran rechazo y la aversión que sienten hacia el desayuno.
Al atardecer presentan un marcado descenso de la serotonina que les ocasiona un irresistible deseo o pulsión hacia los carbohidratos.

Este rechazo por el desayuno y la adicción por los alimentos al atardecer es lo que se llama << cerebro de gordo>>.

Los dulces como antidepresivos

La tristeza que produce el marcado descenso de la serotonina en las tardes se revierte de inmediato cuando ingerimos  un chocolate u otra golosina.

El pan, los dulces y en general todos los carbohidratos elevan la serotonina en forma instantánea; tornan la tristeza en alegría y felicidad. Se cree que los obesos utilizan estas propiedades antidepresivas y sedantes de los dulces y las harinas para aliviar sus angustias y ansiedades.

Las personas delgadas son diferentes, solo comen cuando sienten hambre y no por adicción a las harinas. No consuelan sus angustias comiendo, de hecho en los momentos de estrés es cuando menos comen. Los delgados casi nunca sienten deseos irresistibles de comer harinas; fenómeno que si se observa en los obesos.

La serotonina es más antidepresiva en los obesos

La insulina que se eleva, cuando comemos dulces o harinas, además de metabolizar el azúcar, facilita la entrada de triptófano al cerebro. El triptófano es un aminoácido que una vez dentro del cerebro se convierte en serotonina.

La exagerada elevación de la insulina, que se produce en los obesos cuando consumen carbohidratos, provoca también un mayor ascenso de la serotonina cerebral y un mayor efecto antidepresivo. Esto perpetúa la adicción que los obesos sienten por las harinas y los dulces.


Entre los carbohidratos, los chocolates son los que ejercen un mejor efecto antidepresivo porque impulsan la cresta de la insulina, y tiene un alto contenido de triptófano.

La adicción que engorda

Al atardecer sienten irresistibles deseos de comer harinas y golosinas y aun sin hambre las ingieren...



El ritmo Circadiano de la serotonina y los impulsos adictivos.

Los obesos no comen voluntariamente, sino obligados por fuerzas adictivas que se apoderan de ellos y les imponen el consumo de carbohidratos a las horas que mas engordan. Este comportamiento, tan típico de los obesos, se debe a las oscilaciones que presenta la serotonina cerebral a lo largo del día.
Esta sustancia química posee efectos antidepresivos, y su secreción fluctúa repetidamente cada 24 horas, recibiendo la denominación de ritmos circadianos, es decir, ritmos que se repiten cada día.
La secreción de la serotonina está controlada por dos regiones cerebrales: el hipotálamo y la glándula pineal, también llamada <<el tercer ojo>> que funcionan al compás del día y de la noche; en concordancia con los rayos de luz y la oscuridad.

La serotonina se mantiene elevada durante gran parte de la noche. Al amanecer, inicia un descenso paulatino y alrededor de las cuatro de la tarde, los niveles de serotonina sufren una brusca caída.

Como esta sustancia tiene efectos antidepresivos que confieren alegría, felicidad y tranquilidad su descenso al atardecer ocasiona tristeza, sensación de soledad, desamparo, ansiedad y nerviosismo.



La dieta invertida

Los obesos presentan elevados niveles de serotonina al amanecer, lo que les ocasiona aversión y rechazo por el desayuno. A la vez que los acentuados descensos de serotonina presentes a media tarde, incrementan su apetito y los impulsos adictivos hacia harinas, dulces y chocolates.

Estas bruscas oscilaciones de la serotonina cerebral promueven en los obesos un horario de alimentación invertido. Una tendencia a comer más antes de dormir que antes de trabajar, es la llamada dieta invertida.

Los obesos se alimentan a la inversa de los ritmos hormonales

La falta del desayuno y una cena abundante favorecen la obesidad

La mayoría de los obesos no desayunan; mientras que otros hacen un desayuno muy escaso en proteínas como leche, pavo, pollo, etc. Algunos desayunan solo una toronja o un pan tostado con mermelada y un jugo; por el contrario al anochecer sienten más deseos de comer y es cuando más alimentos ingieren.

Así era el caso de Carolina, la única gorda entre seis hermanos. A diferencia de ellos que al despertar siempre comían en forma abundante, Carolina solo desayunaba una toronja. Comentaba que en ese momento del día nunca sentía hambre y que los alimentos le ocasionaban nauseas y repulsión.

A media tarde se le abría el apetito, pero aun así, comía muy mesuradamente, pues siempre quería adelgazar. Ella se extrañaba: <<¿Por qué comiendo tan poco mi peso se incrementa día tras día?>> Actualmente tiene un sobrepeso considerable en tanto que sus hermanos se mantienen delgados.

El error de Carolina residía en su horario de alimentación: era inverso a los ritmos circadianos de las hormonas energéticas.

Así tenemos que en las mañanas, cuando los alimentos se transforman en más energía, Carolina casi no comía; mientras que antes de dormir, cuando los alimentos se desvían hacia la grasa de reserva, era cuando comía una mayor cantidad.

Sin desayuno disminuye el metabolismo y se facilita la obesidad 

La falta del desayuno o un desayuno muy escaso, produce grandes oscilaciones de la glucosa sanguínea que ponen en peligro el funcionamiento del cerebro. Este registra la situación como el comienzo de un ayuno y por ello activa una serie de sistemas de emergencia destinados a recuperar y mantener los niveles de glucosa sanguínea que le permitirán prolongar el ayuno nocturno y sobrevivir sin el combustible que debió ser aportado por el desayuno.

Se inicia así una masiva destrucción de las proteínas musculares, del colágeno de la piel y de los ligamentos. Estos se transforman en aminoácidos y abandonan los tejidos para ser convertidos en glucosa dentro del hígado, restaurándose nuevamente los niveles de azúcar.

Se deteriora la masa muscular 

La elevación matutina del cortisol la hormona que transforma proteínas en energía determina que a lo largo de la mañana las proteínas sean utilizadas para mantener estables los niveles de glucosa sanguínea. Por ello, cuando el desayuno falla o si es muy escaso en proteínas, el cerebro se ve en la nefasta necesidad de recurrir a sus propias proteínas (los músculos, el colágeno de la piel y los ligamentos de los huesos) que son utilizadas como combustible en sustitución del desayuno.

Cuando la falta del desayuno es un modo de vida y ocurre en forma cotidiana, se produce una pérdida progresiva de las proteínas corporales, deterioro de la masa muscular y de los ligamentos de los huesos, ocasionando dolores musculares y óseos; así como una debilidad generalizada. La piel desecha el colágeno, adelgaza y pierde turgencia.

Perdemos músculos pero no grasa

En virtud de que el cortisol es la hormona energética que predomina al amanecer y durante la mañana promoviendo la conversión de proteínas, cada vez que achicamos el desayuno, el cerebro tiene que recurrir a nuestras propias proteínas ( los músculos y el colágeno de la piel ).

Contrario a lo que se piensa no ocurre pérdida de grasa, pues la hormona que moviliza la de reserva, únicamente se eleva en las noches siendo la responsable del adelgazamiento durante el sueño nocturno. Pero en la mañana esta hormona se encuentra baja y al no desayunar en vez de adelgazar a expensas de las células de grasa, perdemos masa noble y músculos pero no las reservas de grasa. Por ese motivo, los obesos, que son lo que suelen omitir el desayuno, pierden tono y masa muscular. Se tornan débiles, pero no delgados.

Aumentan las células de grasa 

Un desayuno muy escaso también promueve que en las células de grasa se incremente una enzima que las hace mucho más ávidas para recolectar grasa. De esta forma, el resto del día los alimentos se desviaran directamente hacia las células de grasa. Cada vez tendremos más grasa y menos músculos.

Disminuye el metabolismo

Con la finalidad de preservar la integridad de la masa muscular y aminorar la destrucción de nuestras propias proteínas que están siendo utilizadas para suplir la falta de desayuno, el cerebro pone en marcha un sistema de ahorro, que les permite bajar el gasto calórico o metabolismo como mecanismo para sobrevivir sin comer. De esto resulta que si en una caminata precedida del desayuno gastamos unas 100 calorías, al faltar el desayuno bajara el metabolismo y gastaremos solo 30 calorías en el mismo recorrido.

Los ejercicios en ayunas destruyen las proteínas musculares

Quienes tienen la mala costumbre de caminar o hacer ejercicios en ayunas activan mas sus sistemas de supervivencia y ahorro. Al margen del alto riesgo cardiovascular que producen los ejercicios matutinos por causa del ayuno, también obligan a una mayor destrucción de las proteínas musculares que no solo deben  suplir la falta del desayuno sino también los altos requerimientos que exige el hacer ejercicios sin un aporte previo de combustible. El deterioro muscular se acrecienta más y el resto del día acumulara grasa y engordara con mayor facilidad.

La cena abundante impide la movilización de la grasa

Al anochecer se inicia el ascenso de la hormona lipolitica o HGH que es la que utiliza grasa de reserva como combustible y la responsable de la pérdida de peso o del adelgazamiento que ocurre durante el sueño nocturno.

Se calcula que una persona adelgaza entre 500 y 800 gramos durante el sueño nocturno. Así pues, durante el día sube de peso, mientras que adelgaza cuando duerme. Todo depende de la cantidad y tipo de alimentos que ingiere en las horas nocturnas.

Los obesos suelen comer harinas, cereales, galletas de soda, arroz, etc., justamente en la noche, cuando la HGH comienza su ascenso; entonces, ocurre que el combustible que se utilizara durante el sueño nocturno se obtiene de las harinas que consumió en la cena y no de la grasa de reserva. Así que esa noche no adelgazara. Si come harinas en la cena, perderá el adelgazamiento nocturno e inclusive puede amanecer más gordo que la noche anterior.

Las harinas y los dulces engordan más al anochecer

En las noches la insulina es muy poco eficiente, por ello la captación muscular de la glucosa es más difícil en las noches y si se consumen alimentos a base de harinas, la insulina tiene que conducir esta glucosa hacia el tejido adiposo y no a los músculos. Por esta razón el consumo de carbohidratos en la tarde y noche como suelen hacer los obesos no solo impide la movilización de las grasas durante el sueño nocturno, sino que además favorece el depósito de alimentos en el tejido adiposo lo que resulta en un aumento de peso.

En pocas palabras los que practican la dieta invertida, pierden músculos por la falta de desayuno y ganan grasa por comer al anochecer. Pues los carbohidratos nocturnos en lugar de aumentar la energía muscular, favorecen la obesidad.

Pierda grasa abdominal           

      

miércoles, 24 de julio de 2013

La obesidad

La obesidad es un exceso de grasa en el organismo, que da lugar a un peso demasiado elevado. Aumenta la predisposición a sufrir numerosas enfermedades y disminuye la esperanza de vida.

En condiciones normales el organismo humano está constituido, en parte, por grasas. Estas sirven como reserva energética  y se almacenan en las células del  tejido graso o adiposo, que reciben el nombre  de adipocitos. En muchas personas, existe un exceso de grasa almacenada, lo que da lugar a un exceso de peso. Según la importancia de este exceso, se habla de sobrepeso (peso ligeramente elevado) o de obesidad (peso demasiado elevado).

Formas

La obesidad puede empezar a partir de la infancia o aparecer en la edad adulta. Algunos obesos presentan trastornos del comportamiento alimentario. En algunos casos puede detectarse una circunstancia desencadenante concreta, a la que sigue un aumento rápido de peso. En otras situaciones, la obesidad va constituyéndose de forma progresiva, durante años. El tejido adiposo se reparte de forma diferente de una persona a otra. Según la zona del cuerpo donde predomina, se distinguen dos tipos de obesidad:

Obesidad ginecoide. Se manifiesta por depósitos adiposos localizados en la parte inferior del cuerpo (nalgas, caderas y piernas). Se presenta, sobre todo en mujeres.

Obesidad androide. Se caracteriza por depósitos adiposos  que se localizan en el tronco y el abdomen. Esta forma de obesidad se acompaña de un exceso de grasa en el interior del abdomen, alrededor de las vísceras. Es típicamente masculina. Es La forma más grave, ya que puede provocar complicaciones muy diversas: por ejemplo, diabetes, exceso de colesterol, hipertensión arterial y accidentes cardiacos y vasculares.

Causas

Existen tres factores importantes que pueden encontrarse en el origen de la obesidad:

Factores hereditarios. Los niños cuyos padres son obesos corren más riesgos de serlo que los niños cuyos padres tienen un peso normal. Asimismo, la importancia y la distribución del tejido graso están determinadas por factores genéticos. Los diferentes aspectos de la asimilación de los alimentos por parte del organismo y el comportamiento que predispone a la obesidad (p. ej., gustos alimentarios y capacidad para almacenar las grasas) también tienen, en parte, un origen genético. La investigación de los factores genéticos responsables de la obesidad todavía está en sus inicios. Por lo menos 20 genes diferentes parecen estar relacionados con ella.

Factores alimentarios. Para convertirse en obeso, es preciso comer demasiado en relación con las necesidades energéticas o consumir demasiada grasa en relación con la capacidad de su utilización. Este exceso de alimentación esta favorecido por la cantidad y la naturaleza de los alimentos disponibles, pero también por los hábitos familiares y culturales, que llevan a comer más allá de la saciedad. La evolución del modo de vida en los países industrializados se manifiesta por un aumento en el consumo de azucares y, sobre todo, de grasas. Al mismo tiempo, la adquisición del bienestar (ascensores, transportes y calefacción) contribuye a disminuir el ejercicio físico y su gasto energético.

Factores psicológicos. La depresión, la angustia y la ansiedad suelen producir, como compensación, una tendencia a comer demasiado o a disminuir el grado de actividad. La propia obesidad, por sus consecuencias psicológicas y por los comportamientos de restricción que puede entrañar, contribuye a menudo a su automantenimiento  o a su agravamiento.

Dieta   

El tratamiento de la obesidad consiste en mantener una dieta equilibrada, que limite el aporte de calorías (disminución del aporte de grasas y, a menudo, de azucares).Esta dieta debe acompañarse de información y de una educación nutricional. Las dietas muy estrictas producen un adelgazamiento rápido, pero no dan los mejores resultados a largo plazo.

La obesidad es una enfermedad difícil de tratar y las recaídas son frecuentes. Su tratamiento requiere la participación activa del paciente, que debe recibir atención médica y un seguimiento a largo plazo. Antes de poner en marcha el tratamiento, el médico y el paciente se fijan un objetivo, que debe ser realista y que suele ser inferior a lo que desea el paciente. Pero aunque sea moderado (del orden del 10 al 15 % del peso inicial), cualquier adelgazamiento es beneficioso para la salud del obeso, ya que disminuye de forma considerable el riesgo de contraer enfermedades asociadas a la obesidad.

Obesidad hereditaria

La transmisión heredogenetica de la obesidad donde está señalado en la raza humana no parece demostrable, aunque si es posible la predisposición a que surjan vicios o alteraciones del metabolismo que, en definitiva, conduzcan a la obesidad.

También es posible que la herencia intervenga en ciertas enfermedades que conducen a la obesidad. Cabría preguntar entonces que es lo que se hereda en la obesidad. Es muy posible que se trate de una alteración metabólica, la cual no sería un error innato del metabolismo, sino más bien adaptativa o condicionada  a una serie de circunstancias favorecedoras.

“No existe duda alguna sobre las obesidades familiares.
En nuestra estadística representa un porcentaje del 40 por 100 y posiblemente insistiendo aún más en el interrogatorio, es muy probable que aumentase la proporción. Es muy posible que haya en las familias una tendencia conjunta a comer en abundancia, de la misma manera que se tiene predisposición para el arte o las matemáticas”.      

martes, 23 de julio de 2013

Origen de la gordura


Son muchos los médicos que están convencidos  de que los obesos lo son por ingerir más alimentos de los que deben en su ración habitual, y, sin embargo, muchos gordos nos aseguran que “apenas comen”, que “no cenan” ni “desayunan”…

Podemos creerles. Es posible que en la actualidad sean sobrios. Pero el obeso, en general, come más de lo necesario y siempre puede demostrarse que, mirando atrás, pasó temporadas más o menos largas comiendo con exceso, y ello probablemente perturbo su capacidad de aprovechar los alimentos que, en lugar de producir energía, tienden a acumularse como grasa de reserva .

El metabolismo

Se llama así a todo el complicado conjunto de cambios físico-químicos y biológicos que constituyen la nutrición y generan la energía en el organismo.

El ser vivo, además de vitaminas, agua y sales minerales y un mínimo de proteínas que repongan su desgaste, necesita una cantidad de calorías equivalente a las que produce al ser oxidadas-quemadas las grasas, hidratos de carbono y las mismas proteínas que ingresa con la alimentación.

Como término medio, un adulto en reposo y en ayunas, desprende una kilocalorías, o “caloría grande”, por kilogramo de peso y hora. Pero esta cantidad aumenta con la influencia de distintos factores: sexo, talla, edad, constitución, ambiente, y sobre todo ejercicio.

Para que se vea el valor del ejercicio en la producción de energía, véanse estos datos aproximados calculados para un adulto normal:

En reposo                                           1.400 – 1500 calorías
Vida sedentaria completa                1.900 – 2.000 calorías
Oficio ligero (escribiente)                2.100 – 2.000 calorías
Oficio mediano (mecánico)               2.700 – 2800  calorías
Oficio pesado (carga y
Descarga por ciudad)                        3.000  - 3.500 calorías
Oficio muy pesado
(Cargador de muelle)                       3.600 – 3.900 calorías    

Si el desprendimiento calórico es superior al de los alimentos de ingreso que hemos producido, el organismo adelgaza. En caso contrario, engorda.

En líneas generales, podemos equilibrar ese balance de dos maneras:
a) O bien reduciendo el aporte de alimentos que ha de quedarnos almacenados por no poder quemarse una vez satisfechas las necesidades energéticas (calorías).
b) O, de otra forma, aumentando el desprendimiento calórico, aumentando el metabolismo, por ejemplo, con el ejercicio activo.
c) O combinando ambos procedimientos.

He aquí un esquema para organizar el plan de mantenimiento de peso
Como complemento, sepamos que:
1 gramo de grasas (aceites, sebos, mantecas, etc.) produce 9,3 cal. aprox.
1 gramo de hidratos de carbono (féculas, harinas, azucares, etc.) produce 4,1 cal. aprox.
1 gramo de albuminosas (proteínas) (carnes, huevos, pescados) produce 4,3  cal. aprox.

Teniendo en cuenta que nuestro cuerpo elimina constantemente nitrógeno, en forma de principios ureicos, y que este elemento lo contienen únicamente las proteínas, es necesaria la reposición de aquella perdida con estas, para evitar la antofagia.

El mínimo proteico se considera por los fisiólogos de 1 gramo diario por kilogramo de peso. Este dato, unido a lo que hemos dicho sobre el consumo de calorías 1 por kilo y hora, en condiciones llamadas basales  (ayuno, reposo), nos permite fijar una alimentación tipo.

Para un individuo normal, sano, de unos 65 kilos de peso, suponiendo que en su método ordinario de vida desarrolla un ejercicio moderado o corriente, se necesitaran unas 2.600  2.800 calorías y un mínimo proteico de unos 70 gramos.

Las calorías podríamos suministrarlas con unos 300 gramos de grasas o bien con 650 a 670 gramos de hidratos de carbono; pero, aparte de que con esas dietas unilaterales, exclusivas, no aportaríamos el mínimo proteico necesario, nos resultarían además indigestas y monótonas.

Si la alimentación la hiciéramos solo a base de albuminas, rebasaríamos en verdad el mínimo proteico, pero no serían fácilmente digeribles las grandes cantidades (por otro lado, mal aprovechadas) de albuminas que serían necesarias para lograr satisfacer el requerimiento calórico (hasta 650 gramos), y podrían perturbar no solo el aparato digestivo, si no otros órganos - riñones en especial - , aparte de que la dieta en esa forma carecería de las vitaminas y sales minerales también necesarias.

Por ello, una dieta debe ser siempre mixta y como tipo deberá contener en cantidad un 48 a 50 % de carbohidratos, repartiéndose el resto entre grasas (25 -38 %) y proteínas (14 -25 %), de manera que las calorías se aporten a razón de 2/5 del total con los primeros, otros 2/5 o algo más con las grasas y el resto con proteínas, debiendo de haber de estas un mínimo de 70 gramos.

Para adulto de 65 kilos de peso, a que nos referíamos, con una vida sometida a ejercicio moderado (que requiera de 2.600 a 2.800 calorías) su minuta aproximada será:

                                               Peso                                       calorías
Hidratos de carbono        210 – 220 gr.  (50 %)             2/5 – (900 -1.000)
Grasas                             120 – 125 gr.  (25 -35 %)      2/5 – (1.100 – 1200)
Proteína                             70 -  125 gr.  (15 -25 %)     1/5 – (300 -600)
Cantidad total                  400 -  465 gr.  (100%)           5/5 – (2.300 -2.800)

Y claro es: quien desee perder peso debe disminuir esas cantidades, y proceder a la inversa, el que por ser delgado necesite mejorar su peso, teniendo siempre en cuenta:

Que las proteínas no deben disminuir por debajo de los 70 gramos.

Que las grasas después de ser desdobladas químicamente por el proceso digestivo, en parte se queman – grasa energética – y en parte se almacenan – grasa de reserva - . (En los obesos puede haber una perturbación metabólica en virtud de la cual, casi todas las grasas pasarían a ser de reserva.)

Que los hidratos de carbono, también desintegrados por la digestión, en parte, suministran calorías y el resto repone de glucógeno del hígado y los músculos, pero interviniendo en el metabolismo de las grasas (las cuales, sin los carbohidratos, darían lugar a la formación de cuerpos cetonicos: acetona y acidosis) contribuyen de modo directísimo a la gordura, tanto o más que las grasas mismas.

“En conclusión”
En el metabolismo puede haber un balance negativo, normal o positivo.
Hay que examinarse con frecuencia y con mirada crítica ante el espejo, y en la báscula, para saber cuál es el caso de cada uno.

Balance negativo
La adiposidad que se forma bajo la piel es escasa (se averigua cogiendo con los dedos un pliegue amplio de la piel del abdomen), disminuyendo por ser menor el aporte que la destrucción metabólica (la falta de ingreso obliga a un consumo de la reserva): El individuo esta decididamente delgado: pierde peso paulatinamente.

Balance normal   
Ambos procesos – aporte y destrucción  -  se hallan en equilibrio. El cuerpo esta proporcionado. El peso se mantiene constante o con pequeños altibajos.

Balance positivo
La adiposidad tiende a aumentar por mayor aporte que destrucción. El individuo engorda progresivamente. Su peso se incrementa cada vez más.